

Ver o mirar en el paisaje es una forma de establecer la relación entre observador y lo observado que se mira. Según Alberto Piwonka, “no basta solo con mirar, es imprescindible ver lo que se mira. Ver implica pensar-relacionar-coordinar y organizar”. De acuerdo a esto, la obra Floración Ósea: poéticas de la fragilidad de Máximo Peña invita a re-mirar nuestro entorno desde lo íntimo, lo propio, con una interpretación sensible del paisaje cotidiano, en este caso, propuesto en un territorio que posee un horizonte distinto: su paisaje sureño de verdores más profundos, climas húmedos y lluvias más constantes, insertos en un espacio del territorio nuestro, donde el aire es más seco las lluvias mas disímiles y el color variable de los cerros se mezcla con los pardos colores de los pastos y nuestra tierra cruda mineralizada. El paisaje nuestro, ¿lo vemos realmente?
Al llegar, nos enfrentamos a un espacio de pequeños elementos colgantes en una visualidad propia, quizás cortezas, quizás raíces o huesos que parecen restos arqueológicos de casos médicos puestos en la mesa de disección que se ordenan y se dispersan en la galería en una perfecta armonía “in crescendo”, trazando una gran línea recta virtual que atraviesa el espacio como el horizonte atraviesa y divide el cielo y el mar, como una flecha que se mueve con velocidad en el aire, entre círculos de ramas perfectamente separados como portales a mundos alternos misteriosos y desconocidos, los fragmentos diseccionados en sí mismos nos permiten interpretar y hacer las primeras lecturas a sus pequeñas joyas visuales de pequeños micro mundos misteriosos que nos confunden que nos disocia a cuestionarnos su materialidad, su forma ajena a nuestro entorno, ¿si es o no? realizado por el artista que deja este secreto para el público observador. También aparece de forma importante las ramas secas amarradas que dejan su vestigio de flexibilidad y verdor, curvado en círculos alrededor de la línea penetrante, quizás llegaron verdes y en el candor de nuestra sequedad climática perdieron su colénquima flexible. ahora ya diseccionadas del árbol marcan presencia desde otro plano.
Por otro lado, paralelo a la obra principal que atraviesa el pasillo, se encuentran estas formas orgánicas blancas níveas, que parecen huesos extraídos del cine bizarro, o restos de los monstruos de H.R. Giger, en un imaginario visceral que distorsiona lo que conocemos del paisaje. Quizás, nos propone mirar ¿la historia de las especies en el pasado? ¿O lo incierto de la naturaleza para el futuro? O solo cuestionar un presente imaginario. Cualquiera sea la motivación o interpretación a la obra de Máximo, ¡vea y mire con atención!, hágase preguntas, permita el diálogo y la duda, disfrute de este espacio atemporal que congela este paisaje imaginario en un tiempo desconocido, saque sus propias conclusiones como observador, hágase habitante partícipe del lugar, en el sentido de estar presente y usar el tiempo contemplativo para imaginar.
Finalmente, comento que después de haber estado disfrutado entre las luces, las líneas de los brillos de los hilos, las piezas colgantes que generan un sonido vibrante insonoro que produce la tensión del espacio ocupado y el espacio sugerido entre cada pequeño elemento. a mí parecer, su obra nos invita a reflexionar sobre nuestra forma de mirar y entender el paisaje, generar nuestra propia relación con la biodiversidad del entorno y a detenernos contemplativamente en cada lugar que se nos presente.
Julio Ibacache Ossandón
Licenciado en Arte